A Talleres se le escapó y Belgrano no lo supo contener. Con matices bien distintos en cada una de las épocas, los “grandes” del fútbol de Córdoba en algún momento le dieron la espalda a quien es hoy uno de los mejores centrales del planeta: Cristian “Cuti” Romero.
Las urgencias financieras les impidieron visualizar que valía la pena invertir en alguien que, con brillo propio, acaba de consagrarse campeón mundial en Catar.
“Creo que, en su momento, Talleres no hizo el esfuerzo económico para retenerlo. Yo había hablado para que se pudiese quedar, y creo que se podría haber quedado”, le confiesa a LA SAETA Diego Garay, ídolo albiazul y quien en 2011 dirigió al zaguero en inferiores, en los difíciles tiempos en que el club de barrio Jardín estaba siendo gerenciado.
Las polémicas alrededor de su salida del “Pirata” son archiconocidas: el jugador aseguró que, cuando en 2018 y con 20 años se fue al Genoa de Italia, desde la institución de Bº Alberdi le dijeron que en tres meses “iba a volver a buscar trabajo”; y Juan Carlos Olave, héroe celeste y director deportivo en aquel momento, lo desmintió y esgrimió que su falta de continuidad se debió a razones futbolísticas de los entrenadores. Declaraciones calientes al margen, lo concreto es que en Belgrano su venta –a cambio de 2 millones de dólares- fue vista no como la pérdida de un diamante en bruto, sino como una “solución económica” a la gestión de Jorge Franceschi.
Aunque de amores no correspondidos en el campo de juego “el Cuti” sabe bastante más. Porque lo padeció también en la selección argentina sub-20, cuando después de haber jugado el Sudamericano de Ecuador y de hasta haber sido designado capitán, fue marginado del Mundial de Corea del Sur, en 2017.
“A veces se pasa de rosca y termina sufriendo alguna expulsión innecesaria, y ese fue uno de los motivos por los cuales no fue al Mundial. Terminando el Sudamericano, acumuló tarjetas y se quedó afuera de partidos clave. Y además competía con Lisandro Martínez, Juan Foyth… había jugadores de una clase muy similar a la de él, era demasiado fino el hilo para definir”, le argumenta a este medio Claudio Úbeda, DT del elenco albiceleste que se volvió de Asia en primera ronda.
Pero esos cachetazos, que lo confundieron hasta el absurdo de pensar en abandonar el fútbol, le terminaron de tallar un carácter que, coinciden quienes fueron responsables de parte de su proceso de formación, mostró desde siempre.
“Es un jugador que logró todo en base a su temple, a la fortaleza mental, a su personalidad. Me acuerdo de que era muy flaquito, pero fortísimo, iba muy bien de arriba. Y se tenía mucha confianza: se sacaba uno o dos rivales de encima con absoluta tranquilidad, cortaba y pasaba al ataque, jugaba siempre a dos toques y, muchas veces, nos volvía locos porque por ahí tiraba un caño adentro del área… y lo hacía. Todo eso y su capacidad técnica –yo lo he llegado a usar hasta de lateral por derecha y lo hizo de forma excelente- lo hacen un jugador totalmente distinto. Una vez, teníamos que jugar un clásico contra Belgrano, equipo del cual ya era fanático, y yo siempre le decía: ‘Ojo, que estás jugando para Talleres, ¿eh?’. Hizo un gol, fue la figura y ganamos 3-2. Esa es la personalidad que tiene y la que lo destaca del resto”, señala Garay, figura del “Matador” que logró el histórico ascenso contra Belgrano en 1998.

También Úbeda, cuando evoca los días del cordobés como jugador del seleccionado juvenil y pone la lupa en su presente en la mayor, menciona no sólo cuestiones técnicas sino también atributos anímicos.
“Conocí al ‘Cuti’ cuando dirigía la reserva de Racing, porque conocía todas las reservas del torneo de Primera y varias del Nacional B, y ya lo teníamos marcado como un jugador a seguir. Y también a través de Mario Griguol, que reforzó eso cuando nos acompañó en la Selección. En esa época, lo que lo distinguía del resto era su presencia, su velocidad, su agresividad, su salto en el juego aéreo, su capacidad de anticipo. Y hoy su máxima fortaleza es la agresividad para los cruces y la tranquilidad que tiene para jugar, para salir jugando”, agrega “el Sifón”, capitán del Racing campeón de 2001.
Fernando Batista es ayudante del legendario José Pekerman en la selección mayor de Venezuela, pero antes lo fue de Úbeda en la sub-20 albiceleste. “El Bocha” repasa las prácticas con el “Cuti” y, en su viaje en el tiempo, se detiene en paradas idénticas a las que paralizaron al resto de los DT’s.
“Lo vi por primera vez en un partido de inferiores de quinta división entre Tigre y Belgrano, porque lo estábamos siguiendo para el Sudamericano de Ecuador. Desde entonces, empecé a seguirlo. Era un buen chico, callado y con mucha personalidad. Me sorprendió su técnica, la intuición que tenía para los anticipos y, claro, su personalidad y tranquilidad para jugar: tenía mucha confianza en sí mismo. Hoy, su mayor fortaleza sigue siendo esa personalidad, sumada a la rapidez y la lectura de las jugadas”, relata quien, entre 2018 y 2021, trabajó además con la sub-23.
“Afuera de la cancha, sumiso; adentro, un león”
Si bien el coordinador de inferiores era Daniel Primo y el encargado del reclutamiento, Federico Bessone, la persona que acercó a Romero a Belgrano fue Gustavo “el Tano” Spallina, un querido delantero de la institución de la década del 90 que tuvo un gesto que confirma que siempre es bueno estrecharle una mano a un pibe al que se le pincha la bicicleta.
“Lo descubrí cuando tenía 13 años. Un día, pasaba por enfrente de casa –rememora el goleador que se metió a la hinchada en el bolsillo por sus tantos, por su calidez humana y por su inagotable sentido del humor-, se estaba yendo a entrenar a San Lorenzo de Las Flores y se le pinchó la goma de la bici. Así que lo cargué en la camioneta, lo llevé hasta el club y me quedé escondido a ver la práctica para ver cómo jugaba”.

Y lo que halló fue algo bastante parecido a lo que bastante más tarde, en Belgrano y en la Selección, hallaron casi todos.
“Me interesó mucho el estilo de juego que tenía, porque era un jugador tiempista, muy humilde, flaquito, ‘orejudo’, como dice su abuela, y con un carácter muy especial: afuera de la cancha, muy ‘sumiso’ y adentro, un león. Él se tomaba su tiempo para hacer su juego pausado: usaba el tiempo justo y necesario para tomar decisiones. A los 15 años, lo pude llevar a Belgrano y me di cuenta de que era un distinto, que no tenía techo. Lo consultábamos con otros profesores, otros directores técnicos, coordinadores, y nos dimos cuenta de que era lo que Belgrano necesitaba. Su máxima fortaleza era su personalidad, su mente: yo le decía que esos jugadores son los que llegan, los que son fuertes de mente. Por eso, cada vez que entraba a la cancha se transformaba: siempre me decía que, si enfrente estaba el padre, si lo tenía que partir al medio lo partía”, recuerda el delantero que con la casaca de la “B” marcó 52 goles y fue parte del ascenso a Primera contra Banfield, en 1991.
Una vez asentado en las divisiones menores, hizo falta que alguien asumiera el desafío de hacerlo debutar en Primera. Esteban “Teté” González, otrora volante central que empezó y terminó su carrera en la entidad que hoy preside “el Luifa” (Luis Fabián) Artime, fue el director técnico que promovió al “Cuti” a Primera División.
“Conocí al ‘Cuti’ en 2016, cuando dejé de ser jugador y empecé a entrenar la Reserva de Belgrano. Y mostraba cosas muy similares a las que muestra hoy: su carácter, su agresividad, su gran capacidad para disputar duelos y tener una gran efectividad, una vehemencia muy marcada y un muy buen inicio de pelota: siempre fue, técnicamente, un jugador superior. Desde el primer momento, me di cuenta de que iba a brillar, porque le veía un potencial por encima de la media, incluso comparado con los jugadores de Primera División, donde todos son técnica y físicamente muy aptos. En ese momento, su mayor virtud era la de imponerse en los duelos y su mayor debilidad, que confiaba tanto en su potencial que, a veces, quedaba expuesto y, por su vehemencia, se pasaba y le costaba alguna amarilla o alguna roja. Creo que en eso mejoró y hoy se expone a los duelos que tiene que exponerse, toma más precaución temporizando y dándoles tiempo a los compañeros para que se rehagan y abortar así un ataque de un rival. Eso se lo dio la madurez, que lo ayudó a evolucionar mucho”, reflexiona el dos veces entrenador pirata: entre 2016 y 2017, y en 2021.
Una vez más, el tiempo puso las cosas en su lugar y Romero fue elegido, en la temporada 2020-201, el mejor defensor de la Seria A. Sobresalió, después, en la Copa América de Brasil que sirvió como preámbulo de “la tercera”, donde terminó de erigirse como uno de los más destacados defensores del mundo. Aquel osado morocho que se forjó en las canchas de tierra del San Lorenzo cordobés, confirmó en Italia, Inglaterra y Catar que siempre es conveniente ayudar a un chico al que se le pincha una rueda de la bicicleta.


