Walter Vargas: «El boxeo es una gran narrativa de los pueblos»

El periodista y escritor publicará en marzo "Manos enguantadas", un libro que "le debía" al pugilismo.

Periodista, escritor, psicólogo social, analista, poeta, docente. Pretender etiquetar a Walter Vargas puede resultar igual de inútil que procurar salir indemne de un ring con Naoya Inoue. Este todoterreno de la comunicación, que en la actualidad comenta fútbol europeo por ESPN, boxeo en Fox Sports y escribe para la agencia Télam, acaba de culminar un nuevo libro: “Manos enguantadas” (ediciones Al Arco).

Vargas (64 años, Berisso), autor de variadas obras, está próximo a publicar –saldrá de la imprenta en la segunda semana de marzo- su primer libro dedicado al boxeo. Y es, según sus propias palabras, una deuda que tenía con esta disciplina.

“Le debía un libro al boxeo porque, sin él, yo no hubiera sido, ni soy ni seré quien apenas puedo ser. Es imposible nominar mi biografía, dar cuenta de ella e, incluso, establecer trazos muy elementales, sin que estén en primer lugar las travesías de ese casi adolescente de 19 años que un día llegó a la esquina de Córdoba y Callao, y empezó a volar en la alfombra mágica. Y eso es gracias a las manos enguantadas”, le dice el autor a LA SAETA.

—¿De qué se trata el libro?
—Es una expresión de infinita gratitud al boxeo en sí mismo. Porque me permitió, a los 19 años, entrar al mundo del trabajo, y conocer y establecerme en Buenos Aires. No podría pensar mi vida sin el boxeo. Yo era un chico de un barrio obrero de Berisso, detrás de La Plata, que ni siquiera había cursado el secundario, que tenía ínfulas de periodista, poeta, analista y tal, y vino a buscar trabajo a la revista Cuadrilátero, que dirigía Hernán Santos Nicolini, quien tuvo la generosidad de recibirme y darme un puesto de cadete polifuncional, porque eso es lo que era yo: servía café, llevaba cheques a los bancos e iba a la tarde al gimnasio del Luna, y el sábado a ver las peleas. Estoy hablando de abril de 1978. El boxeo me abrió las puertas de la vida… de la vida que me procuré hasta hoy mismo que estoy camino de mis 65 años. Y, desde el punto de vista técnica, el género es el ensayo, ora periodístico, ora literario. Salvo al comienzo, donde abrevo más mi condición de psicólogo social y hablo de 20 metáforas a las que alude el boxeo, todo lo demás son semblanzas, perfiles, evocaciones y predilecciones.

—¿Qué les respondés a los abolicionistas que insisten con denostar al boxeo?
—¿Hay abolicionistas todavía? Ya no está el concejal Héctor Lapadú (NdeR: un edil radical que, a mediados del 80, presentó un proyecto para prohibir la práctica de este deporte), levanta menos la voz Fernando Niembro, levanta menos la voz el entrañable Alejandro Fabbri. Me parece que ya es una discusión agotada. Pero, asumo la invitación: el boxeo existe y existirá siempre que haya pobres con el suficiente espíritu temerario y valiente para subirse a un ring. Y existe y existirá en la medida en que haya millones de personas, muchas de ellas bienpensantes –“almas blancas”, como las llamo yo-, que abominan del boxeo pero, cuando van por la calle y dos colectiveros se toman a golpes de puño, se paran fascinados a ver cómo se desarrolla la lucha. El boxeo es el deporte más antiguo, más salvaje, más puro, el de mayor franqueza, el que recupera la instancia agonista de los hombres bautismales, incluso de los prehombres, los primates. El boxeo sigue siendo un maravilloso rito arcaico que no deja de tener cultores y devotos que se fascinan viendo la escena de dos tipos semidesnudos pegándose. Lo cual implica algo brutal, cruel y de una extrema belleza.

—¿Cómo te enamoraste de este deporte?
—Dicen que la patria es la infancia y que esas inscripciones primarias determinan todo lo que viene después. Yo soy hijo de un padre albañil que quería a (Gregorio) “Goyo” Peralta, porque estábamos en el año 65 y “Goyo” era el prototipo del trabajador, del humilde, que además era peronista en épocas de peronismo proscripto. Entonces, en septiembre del 65, escuché con mi padre la pelea con (Oscar Natalio) Bonavena. Y lloré cuando escuché el fallo, con la derrota de Peralta (con el tiempo, me reconciliaría con «Ringo», pero eso es parte de otra historia). Y, a partir de ahí, nunca más dejé de escuchar las peleas de los sábados, con los grandes narradores de la época: Bernardino Veiga, Osvaldo Caffarelli, Raúl Ferrito, Fioravanti, etc. Y cada vez que pude, porque no tuve tevé en mi casa hasta muchos años después, les pedí permiso a mis amigos o a los amigos de mis amigos para que me dejaran ver las peleas de los miércoles o, más tarde, las de Locche y Monzón. Conforme avanzó esa época de la niñez, me fui convirtiendo en un analista precoz que gustaba llevar las tarjetas. De manera que, cuando llegué a Buenos Aires y le pedí trabajo a Nicolini, me sabía de memoria todas las categorías, los límites de los kilos, quiénes eran los campeones argentinos, y podía dar cuenta de algunos extranjeros. Además, tenía algunos rudimentos de lo que era la técnica del boxeo, y aprender la técnica del boxeo puede llevarte una vida.

—¿Qué tienen en común el periodismo, la literatura y el boxeo?
—Con el periodismo, la posibilidad de la narración de un gran acontecimiento. El periodismo es un oficio, con algo de arte, que los pueblos inventaron para narrarse a sí mismos. Y el boxeo es una gran narrativa de los pueblos. Con la literatura, creo que hay una raigambre mucho más potente. Porque el boxeo es el deporte más literario. Incluso, es el más cinematográfico y en eso le saca un campo sideral al fútbol: salvo algún que otro documental, las películas que intentan recrear los partidos de fútbol son patéticas. No hay deporte más literario que el boxeo. La dramática, la épica y ese trasfondo entre puro, bello y lúgubre y tenebroso que tiene el boxeo, ha sido capaz de prodigar grandes maravillas literarias y lo seguirá siendo en tanto el boxeo siga perseverando.

Cómo y dónde comprarlo
«Manos enguantadas» (prólogo de Eduardo Lamazón y edición general, de Daniel Guiñazú) va a estar disponible en dos librerías de la ciudad de Buenos Aires que trabajan con ediciones Al Arco, la Coop, ubicada en Bulnes 640, y Librería de Ávila, situada en Alsina esq. Bolívar. Además, el propio Walter Vargas dispondrá de algunos ejemplares para comercializar.